El 8 siempre ha sido mi número de la suerte. Mucho antes de descubrir este especial deporte. Por eso, cuando dí mis primeros pasos en la vertical no me sorprendió que el nudo que me ataba a la vida fuese precisamente ese mágico número. El ocho que siempre ha cuidado de mí. Tampoco es de extrañar, si crees en las señales (como yo lo hago) que la primera vía que he abierto haya sido después de ocho años escalando, un día ocho de un mes cualquiera. Este número siempre rodea las cosas importantes que han ocurrido en mi vida. Y me confiere la certeza de que lo que ocurre cerca de él será altamente satisfactorio.
Ambiente en la Peña Buitrera...
El 8 de Noviembre me despertaba en un lugar extraño. Un lugar sacado de un cuento de hadas. Donde las princesas ya no esperan a ser rescatadas, sino que aprenden a rapelar y se rescatan ellas solas. Como en todo cuento aparecen seres encantados, que parecen a simple vistas normales pero que no lo son. En este caso salí de la Carroza Nissan y me encontré con su mirada felina. Nos observaba, nos seguía y parecía entender mis pensamientos. Era un gato mágico que nos acompaño hasta donde quiso y pudo.
Fatima colocando un seguro en la R1...
Los nervios de una apertura son inexplicables. Para los que lo hayáis probado ya sabéis a que me refiero. Te sientes otra vez como un niño, explorando tierras inhóspitas, tierras salvajes. Los cacharros que cuelgan de mi arnés suenan como armas de guerra, esperando una batalla digna de ellos. Esta lo será. Miro hacia arriba y hacia los lados. Que maravilloso lugar, tan solitario y colorido. Los musgos fluorescentes me hablan a mí, me sugieren líneas y caminos nunca andados. Yo sólo puedo pensar en la roca inmaculada que nunca antes ha sido tocada. Y me deleito por el pensamiento de subir por ahí. Los grados aquí no influyen, es el puro arte de la sorpresa lo que aquí nos envuelve.
Limpiando el L2...
Juanjo, mi compañero de cordada, no tiene miedo o por lo menos no lo demuestra. Escala con una templanza magistral a pesar de no saber que encontrará por el camino. Escala como alguien que a través de su bagaje es conocedor de los riesgos y capaz de capearlos. Al menos es como lo veo yo desde mis ojos de novata.
Últimos movimientos del L2...
Poco a poco a base de garra vamos ascendiendo. Que dura es la tarea del aperturista y que poco reconocida. Un amigo mío me dijo, días antes, que para que abrir vías nuevas si con las que hay ya abiertas te da para una vida llena de escalada. Pero yo pensaba en Cristóbal Colón, si alguien le hubiera dicho: “Cris para que buscas las indias si con la tierra que hay es suficiente”. Y si Colón no hubiera soñado despierto, ¡cuantos paisajes nos habríamos perdido!.
Juanjo abriendo el techo del L3...
Los pasos de la vía no me resultan sencillos y se cierne un techo sobre nosotros al final del segundo largo. Juanjo ha montado la reunión bajo su sombra. El techo me intimida. Veo a Juanjo forzarlo en A0 y alrededor solo hay musgos de colores que desde esta perspectiva no me parecen tan amables. Colgado a dos metros de mi sobre un Alien se decide a colocar un seguro de expansión sobre esta dura roca, que presumida se hace de rogar. Pasado este tramo aéreo y complicado, pero que podría salir en libre, Juanjo corre literalmente hasta la siguiente y última reunión. Es mi turno, me toca limpiar el largo y sobrepasar el techo. Físicamente no es complicado, pero es muy intenso. La sensación de estar colgada sobre el vacío es sobrecogedora. Superado el techo me resulta sencillo llegar a la última reunión. Una vez arriba, con la sensación del trabajo bien hecho, nos relajamos y disfrutamos del ambiente, de los colores de la roca y del sabor de Cabañas del castillo.
Cordada con Frenesí...
De camino a lo común, entre risas y más risas elegimos un nombre que surge entre muchos otros más meditados, pero que nos parece ideal según sale de mi boca.
Los que vengan detrás que la disfruten como nosotros, con Frenesí.
Y como dice Juanjo: Al LIO!
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