En realidad este podría ser el inicio de una novela que relatase la lucha por conquistar las altas paredes, sorteando los peligros más paradigmáticos y jugándote la vida a cada paso. Pero más allá de la realidad, no dejará de ser la crónica de un día de escalada, en el que, el juego con la roca es parte principal de la escena.
Hace poco que he empezado a practicar la escalada en solitario, a decir verdad, prefiero realizarla con compañero, pero estoy descubriendo que la implicación y concentración mental y física que requiere, me aporta mucha confianza y podría asegurar que escalo mejor.
Así que, solo conmigo mismo, arranco la subida que me llevará a mi objetivo.
Hoy no he encontrado compañero para escalar, ya que la mayoría se encuentran estudiando para los exámenes, pero aun así, no me apetecía quedarme en casa, quería quemar los últimos cartuchos antes del viaje del Viernes.
Ayer me descargue la reseña de una vía que no había hecho aún en el gran Torozo, “El niño”, un itinerario de más de 300 m, que surca la parte izquierda de la mole rocosa. Hacía ella me encamino.
La ruta en cuestión, compuesta de 9 largos, se adecuaba bastante bien a lo que tenía pensado, ya que con las reuniones bien montadas, un grado asequible (max. 6a+), y algún seguro entre medias, se deja hacer en este estilo.
Una de las cosas que menos me gusta de este tipo de escalada es el realizar tres veces la ruta, subes, bajas para desmontar y vuelta para arriba, ya que llevas escalado un montón de metros y apenas te has separado del suelo.
Poco a poco voy ganando terreno a la montaña, acariciando la roca y coordinando los movimientos al son de las presas.
Los 4 primeros largos, de placa, los supero rápidamente ya que disponen de escasos pero sólidos parabolts, a partir de aquí, el terreno gana verticalidad y el disfrute se acentúa, fisura tras fisura voy enlazando la escalada, de sube-baja-sube. Al final tras 4 horas y media de escalada alcanzo la cumbre de la montaña, como tantas veces, atrás quedan recuerdos y metros de vació que permanecerán en la memoria de forma indefinida.
Desde la cumbre disfruto del paisaje y escucho el silencio, roto únicamente por el silbar del viento, aun es pronto y queda tiempo para otra ruta.
Sin más, doy media vuelta y me dispongo a bajar, cuando ante mi, se levanta la pared del Torozo Norte, pues ahí va a ser!!
Sin croquis que me dicte el recorrido, reconozco un itinerario que ya había visto en otras ocasiones y que me tenía cautivado, elijo ese. Al final resulta que una vez en casa veo que se llama “Un millar de millones de náufragos”.
Ya caliente y con la técnica mejorada, no me cuesta mucho superar sus 120 metros en tres tiradas fogosas, para finalizar la jornada contemplando el pasaje desde un punto de vista distinto, disfrutando de las magníficas vistas de la inmensa cara norte del Torozo sur y con un regusto dulce el la boca, por la magnífica jornada que he pasado sin más compañía que el viento, el sol y la roca.
Deseando que pasen estos escasos 2 días que dictan del viaje a Yosemite, me despido de ustedes, amigos lectores, con esta aventura cargada de soledad, pasión y granito de la mejor calidad.
Nota: Adjunto el croquis original de los aperturistas, estraido del blog http://www.misterroresfavoritos.blogspot.com/, en la actualidad todas las reuninones se encuantran con doble argolla y algunos clavos no están, aun así se sigue muy bien el trazado.
Al lío!!!
1 comentario:
Enhorabuena Juanjo , bonita y completa actividad , me alegro que te gustara la del niño , no conocía vuestro blog , a seguir disfrutando
saludos socio
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